Popa mancha

Siempre me ha interesado saber como vivieron y qué pensaron nuestros antepasados, no sólo mi bisabuelo, pero aquellos más remotos, digamos 5000 años atrás.
Bueno, lo que me llama la atención sobre estas gentes, es que tenían una expectativa de vida, en promedio, de 21 años.

Me imagino una noche en ese lugar. Se escucha el rumor de un río allá a lo lejos, el viento en los sauces, el crepitar del fuego. Un cazador de 15 años mira el cielo pensativo. Ve todas esas luces en el cielo, la luna reventando de blanco. No tiene ni idea de qué son, porqué están ahí, cuál es el propósito. Pero durante generaciones han estando observándolos, siguiendo sus movimientos, descubriendo un patrón, la relación sutil entre los astros y las estaciones. Y han aprendido a marcar con piedras y troncos los puntos de referencia en los cuales los astros indican la llegada de la caza, el principio del invierno, las distintas lunas periódicas marcando el ritmo de sus ritos y costumbres.
Si una persona vive 21 años, seguramente tendra el anhelo de la inmortalidad (yo la tengo). Es muy difícil, creo, que uno esté cansado de vivir cuando el cuerpo tiene capacidad y fuerzas.
La inmortalidad es la repetición al infinito. El cielo es repetición. El cielo es inmortalidad. Tenemos que llegar al cielo. Pero somos mortales. Hay otra manera de ser immortal, mucho más práctica, aunque no tan satisfactoria (bue, si): reproducirse. Y pasar información a ese vástago. Pasar un legado. Expander los mojones de piedra y troncos para que perduren por la eternidad, que los hijos de nuestros nietos sepan que estuvimos aquí, vivos y mirando el universo.
Hay un lugar en Irlanda llamado Newgrange .
Hay un río bastante importante ahí, el Boyne, y el lugar en general ha estado habitado desde la noche los tiempos.
También hay una serie de túmulos y monumentos megalíticos y uno de ellos, el más espectacular, fue restaurado y se puede visitar.
Incluso se han encontrado piedras traidas desde lugares remotos, si consideramos que se movian exclusivamente a pie. Estos tipos se han caminado 70 kilómetros para buscar cierto tipo de piedra que no se encuentra en la zona, y solo para construir este túmulo, este reloj astronómico gigantesco que se despierta en cada solsticio de invierno.
El esfuerzo que han puesto en construir este objeto por generaciones no deja de asombrarme. Y siento un poco de envidia. Tal vez viva 35 años más, espero, porque tengo mucho para ver, pero no sé si tengo tanto para pasar a mis vástagos. Me refiero al monumento. No tengo nada tan importante para encomendarle a mis hijos. Todo lo que estoy haciendo en este momento no va a parar a un túmulo que sea un proyecto comunitario y trascendente. Puedo decirles: vayan y sean buenas personas, no jodan a nadie.
Pero me sigue faltando algo.
A veces prefiero pensar en que cambiamos el túmulo por el proyecto de Nación. La nación Argentina. Esto ya me queda grande, pero ahora que me acuerdo, mi viejo eligió quedarse en Argentina y ya tengo a mis cuatro abuelos enterrados ahí, más los respectivos antepasados de la rama materna, el resto llegó en barcos.
Prefiero pensar de ésta manera, desde mi simplicidad de homo sapiens sapiens bien alimentado.
Al fin y al cabo, no hice más que venir a buscar una piedra que alla no conseguía por ningún lado.
Y todo esto, por medio peso.

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