La noche eléctrica

Me hizo temblar un rayo y despues el trueno como en esas noches de la infancia adonde la sábana era más que un escudo y confieso, lo sigue siendo.
Las noches eléctricas de la pampa, el calor, los mosquitos, la sensación de no ser más que algo pequeño en un parche de cemento sobre el lomo de la naturaleza mas sobresaltada. No hay tormentas así en Irlanda. La atmósfera me está poniendo al día.
Como puede uno acostumbrarse al hecho de que una nube de pequeños insectos se dediquen a perforarte la piel, inyectarte un líquido y extraerte sangre? Uno se rasca, pero no deja de ser una aberración.

Y qué más? Había hecho una lista de cositas que venía disfrutando y otras que por más que no quiera son como caracteristicas propias del lugar, la gente y la ciudad. Pero por vago no las anote y ahora tengo el cerebro revuelto, asi que será más tarde.

Un truco. Quiere sentirse internacional, viajado y de mundo? Quiere sentir respirar el aire de las grandes capitales? Vaya a un shopping. Es todo lo mismo.

Feliz Año Nuevo a todos mis amigos del "blog", arranquen con los botines de punta y pidan aumento.

Ultimo momento: estoy viendo por la ventana como se cortejan dos gorriones. Y el otro dia vi como se peleaban dos pequeños colibries. Lo mejor es tener un jardincito.

Hacia el Arroyo de la vaca muerta

No puedo escribir todo lo que me ha pasado, lo que he visto, lo que pienso, las cosas nuevas que he ido aprendiendo porque estoy muy acelerado, bien sujeto a la motoneta.
Hace calor, hay mosquitos, cucarachas, la luz te hace cerrar los ojos, te inyectan asado desde todos los costados, las calles explotan de ruido, desorden, humo, doble y triple fila, perros, carros, mansiones y pobreza todo como es la cosa misma en América adonde todo se desborda, la naturaleza se reproduce respira y se expande a borbotones y así las personas, sus obras, las ciudades las vidas breves. Este no es el continente del frío.

Es increíble que mucha gente siga pensando que la mejor manera de acabar con la pobreza en Argentina sea rociando las villas con nafta y fuego. La pobreza se fabrica. Cerremos esa fábrica.Como dijo León Gieco, no seas tan boludo, el que te jode está a tu lado.
Estoy leyendo los blogs cuando puedo, un saludo.
Dejo unas fotos de la primer salida al río desde el arroyo Saladillo. Se pueden ver los barcos cerealeros, la infancia de Pueblo Nuevo, el centro de la ciudad, la flor del camalote y una garza.





El largo camino a casa

Hola.
Gracias por los comentarios y por seguir leyendo.
Ante todo aclaro que no voy a cerrar al blog sino que no estaré actualizándolo tanto como antes o como debiera o quisiera. Estos últimos días me dí un gusto antes de partir para Argentina y no tuve contacto ni con TV ni con internet, lo cual es altamente recomendable de hacer de vez en cuando. Por dos días me olvidé de todo y me hizo bien.
Acá dejo unas fotos.
Ojalá todo el mundo pudiera recorrer el mundo. Ojalá cambien muchas cosas. Y yo soy tan afortunado de estar vivo y siento tanta culpa que doy asco.
Pero quién me quita lo bailao.
Lo más raro fué ver bailar tango en la plaza San Marcos y piantar un lagrimón justamente por esa música que tanto odiaba los domingos por la tarde después del fútbol. Ojalá pudiera bailarlo.
Saludos cordiales y hasta dentro de un tiempito.








Esto es el acabóse

Así es, no creo que tenga tiempo ya de escribir nada más...interesante. Mañana ya empezamos la vuelta a casa por unos tres meses y por una semana no tendré acceso informático como corresponde.
Dejo algunas fotos que saqué en estos días y prometo leer vuestros blogs cuando pueda.
Mucha suerte, gracias por la compañia, ha sido siempre un placer saberse leído y haber leído.

Y como dijo un tío loco, vamos a dormir que la visita se quiere ir.












El amor

Lo pongo porque me causó.


Sad But Funny.... - video powered by Metacafe

La montaña visible

Hoy es un día de clima y luz cambiante y sucesos atípicos.
Hace unos meses atrás publiqué este post sobre la montaña "invisible" que a veces veo desde la ventana de la oficina. Hoy apareció así, como una imagen en miniatura y borrosa del monte Fuji.




Parece que la nieve que generalmente cae en la zona de Connemara llegó temprano este año, y justo a tiempo para dejarme ver algo. Como a todo argentino de las pampas y otras areas sub-tropicales (?) siento atracción por la nieve, sea la cantidad que sea y sin importar lo ridículo que queda siempre iré a plantar mis patas o empezar una guerra de bolas de nieve. Será por la nieve del 73.

Todo es atípico hoy ciertamente, hasta nos quedamos sin té en la cantina de la empresa! Es un hecho catastrófrico aunque no lo parezca, yo creo que se deben tomar unas 300 tazas de té por día y hasta me quedo corto.
Enseguida se organizó una partida de caza y apareció un cargamento de la preciada hierba. Por un momento pensé que se iban a tirar como lemmings por una de las ventanas.

Otros viajeros ya lo habrán notado pero estas gentes (y sus primos británicos) acompañan todo tipo de comida y de momento con té, es realmente algo adorable. El té rellena todos los huecos y momentos, tiempos muertos y de disfrute. Va más allá del ritual o de una moda, es una forma más de comunicación y acercamiento, como el mate pero sin chupar del mismo fierrito que tanto molesta a los bárbaros y otros pueblos incivilizaos.
Siempre trato de aceptar una invitación o de elogiar esta costumbre porque es simple, sencilla y hasta humilde y en ese momento creo que una barrera se levanta, o se baja, según se vea, para dejar pasar el tren del entendimiento.
Un minuto nomás.

The black stuff

El cónsul honario decía que cada hombre tiene una medida.
Dos pintas.






Estornino/starling

Los estorninos son unos pajaros bastante inteligentes que en invierno especialmente se juntan en bandadas que no se dejan fotografiar en todo su esplendor cuando se posan en el balcón de uno.
Les atraen los objetos brillantes y se ha sabido de estorninos que se meten en máquinas expendedoras para sacar monedas y llevarlas a sus nidos.
En todo caso son animales que se han adaptado a los ambientes humanos y ponen algo de su verde y de su paso animado en los estacionamientos mientras comen los bichitos pegados a los radiadores.
Hasta ahora no he podido escuchar ningún sonido pero se dice que son capaces de imitar el canto de otros pájaros y hasta el sonido de las alarmas....tal vez si abriera la ventana...





Agua con tieya

Hace cinco años atrás, justo para estas fechas, apenas llegados a Dublin un amigo rosarino me invitó a jugar al fútbol en un parque del sur al lado de las vías del DART, que es un tren que recorre la ciudad de norte a sur y viceversa siguiendo la costa y es más pintoresco que efectivo.
No tenía nada mejor que hacer y era una oportunidad de sacudir el mondongo y de, tal vez, hacer relaciones con los locales y, erroneamente pensaba, me ayudara a conseguir trabajo.
Como siempre toda actividad deportiva me sorprende sin equipamiento y fuera de forma, así que tuve que comprarme un par de botines al ser los partidos sobre pasto. Conseguí unos Umbro muy buenos en oferta y alla fuí. Jugué un par de fines de semana y en el primer encuentro casi me mato cuando resbalé sobre una vereda de macadam helado.
Jugué bajo la lluvia fría frente al mar bajo rachas de agua nieve y con bufanda mientras los nativos corrian en cueros y con resaca y me pasaban como avioncitos, robotitos a cuerda.
No saben cómo caminan y corren los irlandeses. Debe ser algo genético típico de este pueblo pálido como la luna; caminan, hasta los más viejos, con un paso acelerado de muñequito a resortes. No soy el primero que lo dice, ya varios lo han notado sin necesidad de que los alumbrara sobre tal cosa. Y corren, corren, corren, como el conejito de Duracell. Qué se yo, son así, en su defensa puedo decir que los argentinos e italianos muy por el contrario andan por las calles como si les pesara el alma, lentos como babosa jubilada.

Entonces, decía, un día tuve que colgar los botines porque había encontrado trabajo y tuve que mudarme a la otra punta, al norte. En realidad no los colgué, los metí en una caja así como estaban todos llenos de barro y me olvidé.
Hoy, siguiendo con el proceso arqueológico de mudanza me sorprendí al encontrar una mochila y adentro una caja destartalada. Y ahí estaban los susodichos empastados de barro reseco, duros como perro e yeso, las lenguetas exhaustas, la forma inconfundible del calzado más popular de todos los tiempos después de la chancleta y las Flechas de lona.

Los lavé con todo cuidado y los dejé en el balcón, no tanto para que se sequen sino para que se reencuentren con la misma llovizna salina de la noche y condensen con la escarcha sus sueños de potrero. Los que nunca tuve.

Escritos encontrados o la arqueología del horror

No existe una verdad detrás de cada cosa que sucede. Existen algunas cosas que son verdaderas, pero son alterables y existen otras cosas que son verdaderas y explicables. Además existen las otras cosas, que son como la fachada de una casa falsa. Estas son abundantes y tal es la cantidad de esta abundancia que todo lo demás parece insignificante.
Lo que hay detrás de la fachada no tiene límites, así la imagen de la fachada pierde todo valor y para que aquel que ingrese por cualquiera de las puertas que están contenidas en esta alegoría solo le resta sufrir intensas penurias.

De tal manera, existen dos opciones básicas. La una es permanecer observando las fachadas con total interés y la otra es sufrir en carne estas penurias. Extrañamente, los espacios entre hileras de casas se encuentran despobladas, salvo contadas excepciones.
Es de suponer que el resto de nosotros, afortunadamente, posee cierta inclinación hacia lo inasible. Y, aunque esto duela y solo garantice soledad y desazón, existe una legión de seres marchando a tientas hacia el improbable patio trasero de la realidad tangible.
Muchos esperan encontrar un cuadrado de césped oloroso y fresco. En otros casos (y hay infinitos gustos) se espera encontrar una salida que desemboque en otra acera, en otra línea de fachadas enfrentadas, con la franca ilusión de tener la posibilidad de colarse por otra puerta y recomenzar la exploración de los numerosos cuartos de diversas formas y así, otra vez, ver la luz del sol entrando por los cristales de la puerta del fondo o, como muchos prefieren, tenderse a dsifrutar una deliciosa siesta sobre el improbable césped.


Si usted ha llegado hasta acá lo felicito. Y le explico, para que no duela tanto.
Mudarse tiene ese yenesepá que yo qué sé. Es una oportunidad para limpiar, deshacerse de lo viejo, de lo ya inútil y de quemar viejas barcarolas, asombrarse ante las fotos y darse cuenta que uno ya no es el mismo, no solo en la efigie y en las dobles papadas del exito culinario sino en la manera de haber escrito esa cosa que tenemos entre manos, en un papel de fotocopias oxidado. Ese no era yo, no fué mi cerebro, imposible, no, no, no, yo no lo escribí. Pero cuando uno firma, se condena.



Y retumba la tormenta
sobre el prado
entre dos colinas
el trigo rubio se sacude
como una mujer consternada

por el sexo inesperado
en la mañana.

Los fresnos se doblan como arcos

el arroyo se deprime
en su volúmen

de mercurio verde.

Asoma un sol entre
los nubarrones

mal formados,

la tierra se levanta
escrita por el agua.
Es una siesta de ámbar en el campo.

Como no tengo nada para contar

Posteo fotos. Total.

Arból

Perro del Spar

Gaviotas en fila

Gaviotas

Uno, dos, tres, probando

Llegó mi nueva cámara. La calidad no me voló los pelos de la nuca pero no está nada mal. Es que la anterior había dejado el listón muy alto y la quiero mucho, así que iba a ser difícil de reemplazar de todos modos. Sin embargo, es un objeto hermoso y delicado y escucho su ronroneo y como un reloj recién regalado me acabo de ofrecer un universo frágil que cuelga de mi mano.
Ese pequeño primitivo animista que llevo dentro.

La foto es de una pintura que hay en nuestro departamento que seguramente pintó la inquilina anterior a quien le gustaba mucho el color rojo al parecer por los objetos que hemos encontrado.
Es imposible no verlo al bajar las escaleras para salir a la calle. En verano no le presto mucha atención, con esa familiar invisibilidad que adoptan los objetos o las personas cotidianas, pero en invierno me detengo por un segundo y con la vista absorvo las ondas de esos soles de artificio, el calor de los rojos y bermejos y si acaso apoyara las manos con descuida podria llegar a quemarlas con la lava de ese mundo. Inframundo de rojos, un verano de mano mediocre.

Rosario (pequeña fantasía infundada)

Vivir en una ciudad es como llegar a una casa de paredes sucias iluminada con tubos fluorescentes adonde un padre ausente atormenta a una madre sorda.
Los hombres que llegaron de las praderas encontraron un techo, ya no miran el cielo y aún cuando llueve todo se inunda con agua sucia adonde ni las ranas cantan. Sólo estaban buscando paredes.
Las manos están ociosas y para moverse de un lado a otro toda distancia es demasiado larga, si llueve se suspende, el pan se compra a otros, todo se vende a terceros, no hay mentes simples sólo un plan artero, las bicicletas sin cromado van a fabricarse bien temprano, de madrugada.
Hasta los niños se combaten como adultos y hablan de irse o de quedarse y ya ni duermen. Pero los jovenes no duermen y los viejos se levantan tan temprano (qué hacen?) y los que guardan viejos vicios se comen sus tomates.
Estábamos incómodos, venimos de la guerra, somos pobres, hay lobos, los días eran cortos, sabemos inventar belleza y nuestras hijas tienen ojos grandes (ya vimos).
De todo menos la noche.


Luciano en su tinta

La simplicidad de la música.


Apuntes salteaditos

Sabía que esto ocurría en Irlanda pero no lo había visto jamás. Hace unas semanas apareció un lago donde antes sólo había campo. Lo veo ahora por la ventana y a veces tiene más o menos agua; depende de las lluvias. Es increíble.

Me debo la foto pero me da verguenza salir al balcón adonde van los fumadores y ponerme a sacar fotos de algo que a los nativos les importa un pito.
A veces un lago desaparece de golpe y queda un cráter pálido.
Ayer empezó el invierno porque hizo menos de 10 grados y esta mañana fue la primera "helada" y tuve que echarle agua tibia al auto; a las 5 de la tarde ya el sol estaba detrás de el Burren, tan al sur que molesta. Empezó de golpe. Antes de ayer era otro mundo y el aire no olía a turba recién quemada.
Eso si, la Navidad hace rato que está en venta toda mezclada con Halloween y la verdad que asusta.
Tengo que ir a ver una película que se llama La cola del Tigre (The Tiger's tail) que se centra en las consecuencias negativas del capitalismo en la nueva y rica Irlanda, auqneu contado a través de una historia de hermanos separados. Hoy escuché al director hablando en la radio en un programa adonde el periodista es muy incisivo al punto que ya molesta, tipo Lanata en sus mejores momentos. Bueno, el tipo decía que el capitalismo es capaz de generar bienestar pero al mismo tiempo desigualdad y frustración. No es algo nuevo, creo que se dice hace rato en Argentina desde los tiempos de la rata, pero escucharlo acá cada vez más es raro. It gives me the creeps. Me se pone la piel de gallina.
Pero así como confío en la infinita bondad y sabiduría de mis compatriotas confío en el profundo sentido común de este pueblo simpático, antiguo, sabio y sufrido.
En todo caso, ya llegará el meteorito que nos borre de la faz de esta tierra.

Ah, Oaxaca.

Actualizado!


He actualizado el blog de "cocina".

Buen provecho.

Especial de Halloween!!!!!!!!!!!!

El Gato Negro



No espero ni pido que alguien crea en el extraño aunque simple relato que me dispongo a escribir. Loco estaría si lo esperara, cuando mis sentidos rechazan su propia evidencia. Pero no estoy loco y sé muy bien que esto no es un sueño. Mañana voy a morir y quisiera aliviar hoy mi alma. Mi propósito inmediato consiste en poner de manifiesto, simple, sucintamente y sin comentarios, una serie de episodios domésticos. Las consecuencias de esos episodios me han aterrorizado, me han torturado y, por fin, me han destruido. Pero no intentaré explicarlos. Si para mí han sido horribles, para otros resultarán menos espantosos que barrocos. Más adelante, tal vez, aparecerá alguien cuya inteligencia reduzca mis fantasmas a lugares comunes; una inteligencia más serena, más lógica y mucho menos excitable que la mía, capaz de ver en las circunstancias que temerosamente describiré, una vulgar sucesión de causas y efectos naturales.

Desde la infancia me destaqué por la docilidad y bondad de mi carácter. La ternura que abrigaba mi corazón era tan grande que llegaba a convertirme en objeto de burla para mis compañeros. Me gustaban especialmente los animales, y mis padres me permitían tener una gran variedad. Pasaba a su lado la mayor parte del tiempo, y jamás me sentía más feliz que cuando les daba de comer y los acariciaba. Este rasgo de mi carácter creció conmigo y, cuando llegué a la virilidad, se convirtió en una de mis principales fuentes de placer. Aquellos que alguna vez han experimentado cariño hacia un perro fiel y sagaz no necesitan que me moleste en explicarles la naturaleza o la intensidad de la retribución que recibía. Hay algo en el generoso y abnegado amor de un animal que llega directamente al corazón de aquel que con frecuencia ha probado la falsa amistad y la frágil fidelidad del hombre.

Me casé joven y tuve la alegría de que mi esposa compartiera mis preferencias. Al observar mi gusto por los animales domésticos, no perdía oportunidad de procurarme los más agradables de entre ellos. Teníamos pájaros, peces de colores, un hermoso perro, conejos, un monito y un gato.

Este último era un animal de notable tamaño y hermosura, completamente negro y de una sagacidad asombrosa. Al referirse a su inteligencia, mi mujer, que en el fondo era no poco supersticiosa, aludía con frecuencia a la antigua creencia popular de que todos los gatos negros son brujas metamorfoseadas. No quiero decir que lo creyera seriamente, y sólo menciono la cosa porque acabo de recordarla.

Plutón -tal era el nombre del gato- se había convertido en mi favorito y mi camarada. Sólo yo le daba de comer y él me seguía por todas partes en casa. Me costaba mucho impedir que anduviera tras de mí en la calle.

Nuestra amistad duró así varios años, en el curso de los cuales (enrojezco al confesarlo) mi temperamento y mi carácter se alteraron radicalmente por culpa del demonio. Intemperancia. Día a día me fui volviendo más melancólico, irritable e indiferente hacia los sentimientos ajenos. Llegué, incluso, a hablar descomedidamente a mi mujer y terminé por infligirle violencias personales. Mis favoritos, claro está, sintieron igualmente el cambio de mi carácter. No sólo los descuidaba, sino que llegué a hacerles daño. Hacia Plutón, sin embargo, conservé suficiente consideración como para abstenerme de maltratarlo, cosa que hacía con los conejos, el mono y hasta el perro cuando, por casualidad o movidos por el afecto, se cruzaban en mi camino. Mi enfermedad, empero, se agravaba -pues, ¿qué enfermedad es comparable al alcohol?-, y finalmente el mismo Plutón, que ya estaba viejo y, por tanto, algo enojadizo, empezó a sufrir las consecuencias de mi mal humor.

Una noche en que volvía a casa completamente embriagado, después de una de mis correrías por la ciudad, me pareció que el gato evitaba mi presencia. Lo alcé en brazos, pero, asustado por mi violencia, me mordió ligeramente en la mano. Al punto se apoderó de mí una furia demoníaca y ya no supe lo que hacía. Fue como si la raíz de mi alma se separara de golpe de mi cuerpo; una maldad más que diabólica, alimentada por la ginebra, estremeció cada fibra de mi ser. Sacando del bolsillo del chaleco un cortaplumas, lo abrí mientras sujetaba al pobre animal por el pescuezo y, deliberadamente, le hice saltar un ojo. Enrojezco, me abraso, tiemblo mientras escribo tan condenable atrocidad.

Cuando la razón retornó con la mañana, cuando hube disipado en el sueño los vapores de la orgía nocturna, sentí que el horror se mezclaba con el remordimiento ante el crimen cometido; pero mi sentimiento era débil y ambiguo, no alcanzaba a interesar al alma. Una vez más me hundí en los excesos y muy pronto ahogué en vino los recuerdos de lo sucedido.

El gato, entretanto, mejoraba poco a poco. Cierto que la órbita donde faltaba el ojo presentaba un horrible aspecto, pero el animal no parecía sufrir ya. Se paseaba, como de costumbre, por la casa, aunque, como es de imaginar, huía aterrorizado al verme. Me quedaba aún bastante de mi antigua manera de ser para sentirme agraviado por la evidente antipatía de un animal que alguna vez me había querido tanto. Pero ese sentimiento no tardó en ceder paso a la irritación. Y entonces, para mi caída final e irrevocable, se presentó el espíritu de la perversidad. La filosofía no tiene en cuenta a este espíritu; y, sin embargo, tan seguro estoy de que mi alma existe como de que la perversidad es uno de los impulsos primordiales del corazón humano, una de las facultades primarias indivisibles, uno de esos sentimientos que dirigen el carácter del hombre. ¿Quién no se ha sorprendido a sí mismo cien veces en momentos en que cometía una acción tonta o malvada por la simple razón de que no debía cometerla? ¿No hay en nosotros una tendencia permanente, que enfrenta descaradamente al buen sentido, una tendencia a transgredir lo que constituye la Ley por el solo hecho de serlo? Este espíritu de perversidad se presentó, como he dicho, en mi caída final. Y el insondable anhelo que tenía mi alma de vejarse a sí misma, de violentar su propia naturaleza, de hacer mal por el mal mismo, me incitó a continuar y, finalmente, a consumar el suplicio que había infligido a la inocente bestia. Una mañana, obrando a sangre fría, le pasé un lazo por el pescuezo y lo ahorqué en la rama de un árbol; lo ahorqué mientras las lágrimas manaban de mis ojos y el más amargo remordimiento me apretaba el corazón; lo ahorqué porque recordaba que me había querido y porque estaba seguro de que no me había dado motivo para matarlo; lo ahorqué porque sabía que, al hacerlo, cometía un pecado, un pecado mortal que comprometería mi alma hasta llevarla -si ello fuera posible- más allá del alcance de la infinita misericordia del Dios más misericordioso y más terrible.

La noche de aquel mismo día en que cometí tan cruel acción me despertaron gritos de: "¡Incendio!" Las cortinas de mi cama eran una llama viva y toda la casa estaba ardiendo. Con gran dificultad pudimos escapar de la conflagración mi mujer, un sirviente y yo. Todo quedó destruido. Mis bienes terrenales se perdieron y desde ese momento tuve que resignarme a la desesperanza.

No incurriré en la debilidad de establecer una relación de causa y efecto entre el desastre y mi criminal acción. Pero estoy detallando una cadena de hechos y no quiero dejar ningún eslabón incompleto. Al día siguiente del incendio acudí a visitar las ruinas. Salvo una, las paredes se habían desplomado. La que quedaba en pie era un tabique divisorio de poco espesor, situado en el centro de la casa, y contra el cual se apoyaba antes la cabecera de mi lecho. El enlucido había quedado a salvo de la acción del fuego, cosa que atribuí a su reciente aplicación. Una densa muchedumbre habíase reunido frente a la pared y varias personas parecían examinar parte de la misma con gran atención y detalle. Las palabras "¡extraño!, ¡curioso!" y otras similares excitaron mi curiosidad. Al aproximarme vi que en la blanca superficie, grabada como un bajorrelieve, aparecía la imagen de un gigantesco gato. El contorno tenía una nitidez verdaderamente maravillosa. Había una soga alrededor del pescuezo del animal.

Al descubrir esta aparición -ya que no podía considerarla otra cosa- me sentí dominado por el asombro y el terror. Pero la reflexión vino luego en mi ayuda. Recordé que había ahorcado al gato en un jardín contiguo a la casa. Al producirse la alarma del incendio, la multitud había invadido inmediatamente el jardín: alguien debió de cortar la soga y tirar al gato en mi habitación por la ventana abierta. Sin duda, habían tratado de despertarme en esa forma. Probablemente la caída de las paredes comprimió a la víctima de mi crueldad contra el enlucido recién aplicado, cuya cal, junto con la acción de las llamas y el amoniaco del cadáver, produjo la imagen que acababa de ver.

Si bien en esta forma quedó satisfecha mi razón, ya que no mi conciencia, sobre el extraño episodio, lo ocurrido impresionó profundamente mi imaginación. Durante muchos meses no pude librarme del fantasma del gato, y en todo ese tiempo dominó mi espíritu un sentimiento informe que se parecía, sin serlo, al remordimiento. Llegué al punto de lamentar la pérdida del animal y buscar, en los viles antros que habitualmente frecuentaba, algún otro de la misma especie y apariencia que pudiera ocupar su lugar.

Una noche en que, borracho a medias, me hallaba en una taberna más que infame, reclamó mi atención algo negro posado sobre uno de los enormes toneles de ginebra que constituían el principal moblaje del lugar. Durante algunos minutos había estado mirando dicho tonel y me sorprendió no haber advertido antes la presencia de la mancha negra en lo alto. Me aproximé y la toqué con la mano. Era un gato negro muy grande, tan grande como Plutón y absolutamente igual a éste, salvo un detalle. Plutón no tenía el menor pelo blanco en el cuerpo, mientras este gato mostraba una vasta aunque indefinida mancha blanca que le cubría casi todo el pecho.

Al sentirse acariciado se enderezó prontamente, ronroneando con fuerza, se frotó contra mi mano y pareció encantado de mis atenciones. Acababa, pues, de encontrar el animal que precisamente andaba buscando. De inmediato, propuse su compra al tabernero, pero me contestó que el animal no era suyo y que jamás lo había visto antes ni sabía nada de él.

Continué acariciando al gato y, cuando me disponía a volver a casa, el animal pareció dispuesto a acompañarme. Le permití que lo hiciera, deteniéndome una y otra vez para inclinarme y acariciarlo. Cuando estuvo en casa, se acostumbró a ella de inmediato y se convirtió en el gran favorito de mi mujer.

Por mi parte, pronto sentí nacer en mí una antipatía hacia aquel animal. Era exactamente lo contrario de lo que había anticipado, pero -sin que pueda decir cómo ni por qué- su marcado cariño por mí me disgustaba y me fatigaba. Gradualmente, el sentimiento de disgusto y fatiga creció hasta alcanzar la amargura del odio. Evitaba encontrarme con el animal; un resto de vergüenza y el recuerdo de mi crueldad de antaño me vedaban maltratarlo. Durante algunas semanas me abstuve de pegarle o de hacerlo víctima de cualquier violencia; pero gradualmente -muy gradualmente- llegué a mirarlo con inexpresable odio y a huir en silencio de su detestable presencia, como si fuera una emanación de la peste.

Lo que, sin duda, contribuyó a aumentar mi odio fue descubrir, a la mañana siguiente de haberlo traído a casa, que aquel gato, igual que Plutón, era tuerto. Esta circunstancia fue precisamente la que lo hizo más grato a mi mujer, quien, como ya dije, poseía en alto grado esos sentimientos humanitarios que alguna vez habían sido mi rasgo distintivo y la fuente de mis placeres más simples y más puros.

El cariño del gato por mí parecía aumentar en el mismo grado que mi aversión. Seguía mis pasos con una pertinencia que me costaría hacer entender al lector. Dondequiera que me sentara venía a ovillarse bajo mi silla o saltaba a mis rodillas, prodigándome sus odiosas caricias. Si echaba a caminar, se metía entre mis pies, amenazando con hacerme caer, o bien clavaba sus largas y afiladas uñas en mis ropas, para poder trepar hasta mi pecho. En esos momentos, aunque ansiaba aniquilarlo de un solo golpe, me sentía paralizado por el recuerdo de mi primer crimen, pero sobre todo -quiero confesarlo ahora mismo- por un espantoso temor al animal.

Aquel temor no era precisamente miedo de un mal físico y, sin embargo, me sería imposible definirlo de otra manera. Me siento casi avergonzado de reconocer, sí, aún en esta celda de criminales me siento casi avergonzado de reconocer que el terror, el espanto que aquel animal me inspiraba, era intensificado por una de las más insensatas quimeras que sería dado concebir. Más de una vez mi mujer me había llamado la atención sobre la forma de la mancha blanca de la cual ya he hablado, y que constituía la única diferencia entre el extraño animal y el que yo había matado. El lector recordará que esta mancha, aunque grande, me había parecido al principio de forma indefinida; pero gradualmente, de manera tan imperceptible que mi razón luchó durante largo tiempo por rechazarla como fantástica, la mancha fue asumiendo un contorno de rigurosa precisión. Representaba ahora algo que me estremezco al nombrar, y por ello odiaba, temía y hubiera querido librarme del monstruo si hubiese sido capaz de atreverme; representaba, digo, la imagen de una cosa atroz, siniestra..., ¡la imagen del patíbulo! ¡Oh lúgubre y terrible máquina del horror y del crimen, de la agonía y de la muerte!

Me sentí entonces más miserable que todas las miserias humanas. ¡Pensar que una bestia, cuyo semejante había yo destruido desdeñosamente, una bestia era capaz de producir tan insoportable angustia en un hombre creado a imagen y semejanza de Dios! ¡Ay, ni de día ni de noche pude ya gozar de la bendición del reposo! De día, aquella criatura no me dejaba un instante solo; de noche, despertaba hora a hora de los más horrorosos sueños, para sentir el ardiente aliento de la cosa en mi rostro y su terrible peso -pesadilla encarnada de la que no me era posible desprenderme- apoyado eternamente sobre mi corazón.

Bajo el agobio de tormentos semejantes, sucumbió en mí lo poco que me quedaba de bueno. Sólo los malos pensamientos disfrutaban ya de mi intimidad; los más tenebrosos, los más perversos pensamientos. La melancolía habitual de mi humor creció hasta convertirse en aborrecimiento de todo lo que me rodeaba y de la entera humanidad; y mi pobre mujer, que de nada se quejaba, llegó a ser la habitual y paciente víctima de los repentinos y frecuentes arrebatos de ciega cólera a que me abandonaba.

Cierto día, para cumplir una tarea doméstica, me acompañó al sótano de la vieja casa donde nuestra pobreza nos obligaba a vivir. El gato me siguió mientras bajaba la empinada escalera y estuvo a punto de tirarme cabeza abajo, lo cual me exasperó hasta la locura. Alzando un hacha y olvidando en mi rabia los pueriles temores que hasta entonces habían detenido mi mano, descargué un golpe que hubiera matado instantáneamente al animal de haberlo alcanzado. Pero la mano de mi mujer detuvo su trayectoria. Entonces, llevado por su intervención a una rabia más que demoníaca, me zafé de su abrazo y le hundí el hacha en la cabeza. Sin un solo quejido, cayó muerta a mis pies.

Cumplido este espantoso asesinato, me entregué al punto y con toda sangre fría a la tarea de ocultar el cadáver. Sabía que era imposible sacarlo de casa, tanto de día como de noche, sin correr el riesgo de que algún vecino me observara. Diversos proyectos cruzaron mi mente. Por un momento pensé en descuartizar el cuerpo y quemar los pedazos. Luego se me ocurrió cavar una tumba en el piso del sótano. Pensé también si no convenía arrojar el cuerpo al pozo del patio o meterlo en un cajón, como si se tratara de una mercadería común, y llamar a un mozo de cordel para que lo retirara de casa. Pero, al fin, di con lo que me pareció el mejor expediente y decidí emparedar el cadáver en el sótano, tal como se dice que los monjes de la Edad Media emparedaban a sus víctimas.

El sótano se adaptaba bien a este propósito. Sus muros eran de material poco resistente y estaban recién revocados con un mortero ordinario, que la humedad de la atmósfera no había dejado endurecer. Además, en una de las paredes se veía la saliencia de una falsa chimenea, la cual había sido rellenada y tratada de manera semejante al resto del sótano. Sin lugar a dudas, sería muy fácil sacar los ladrillos en esa parte, introducir el cadáver y tapar el agujero como antes, de manera que ninguna mirada pudiese descubrir algo sospechoso.

No me equivocaba en mis cálculos. Fácilmente saqué los ladrillos con ayuda de una palanca y, luego de colocar cuidadosamente el cuerpo contra la pared interna, lo mantuve en esa posición mientras aplicaba de nuevo la mampostería en su forma original. Después de procurarme argamasa, arena y cerda, preparé un enlucido que no se distinguía del anterior y revoqué cuidadosamente el nuevo enladrillado. Concluida la tarea, me sentí seguro de que todo estaba bien. La pared no mostraba la menor señal de haber sido tocada. Había barrido hasta el menor fragmento de material suelto. Miré en torno, triunfante, y me dije: "Aquí, por lo menos, no he trabajado en vano".

Mi paso siguiente consistió en buscar a la bestia causante de tanta desgracia, pues al final me había decidido a matarla. Si en aquel momento el gato hubiera surgido ante mí, su destino habría quedado sellado, pero, por lo visto, el astuto animal, alarmado por la violencia de mi primer acceso de cólera, se cuidaba de aparecer mientras no cambiara mi humor. Imposible describir o imaginar el profundo, el maravilloso alivio que la ausencia de la detestada criatura trajo a mi pecho. No se presentó aquella noche, y así, por primera vez desde su llegada a la casa, pude dormir profunda y tranquilamente; sí, pude dormir, aun con el peso del crimen sobre mi alma.

Pasaron el segundo y el tercer día y mi atormentador no volvía. Una vez más respiré como un hombre libre. ¡Aterrado, el monstruo había huido de casa para siempre! ¡Ya no volvería a contemplarlo! Gozaba de una suprema felicidad, y la culpa de mi negra acción me preocupaba muy poco. Se practicaron algunas averiguaciones, a las que no me costó mucho responder. Incluso hubo una perquisición en la casa; pero, naturalmente, no se descubrió nada. Mi tranquilidad futura me parecía asegurada.

Al cuarto día del asesinato, un grupo de policías se presentó inesperadamente y procedió a una nueva y rigurosa inspección. Convencido de que mi escondrijo era impenetrable, no sentí la más leve inquietud. Los oficiales me pidieron que los acompañara en su examen. No dejaron hueco ni rincón sin revisar. Al final, por tercera o cuarta vez, bajaron al sótano. Los seguí sin que me temblara un solo músculo. Mi corazón latía tranquilamente, como el de aquel que duerme en la inocencia. Me paseé de un lado al otro del sótano. Había cruzado los brazos sobre el pecho y andaba tranquilamente de aquí para allá. Los policías estaban completamente satisfechos y se disponían a marcharse. La alegría de mi corazón era demasiado grande para reprimirla. Ardía en deseos de decirles, por lo menos, una palabra como prueba de triunfo y confirmar doblemente mi inocencia.

-Caballeros -dije, por fin, cuando el grupo subía la escalera-, me alegro mucho de haber disipado sus sospechas. Les deseo felicidad y un poco más de cortesía. Dicho sea de paso, caballeros, esta casa está muy bien construida... (En mi frenético deseo de decir alguna cosa con naturalidad, casi no me daba cuenta de mis palabras). Repito que es una casa de excelente construcción. Estas paredes... ¿ya se marchan ustedes, caballeros?... tienen una gran solidez.

Y entonces, arrastrado por mis propias bravatas, golpeé fuertemente con el bastón que llevaba en la mano sobre la pared del enladrillado tras de la cual se hallaba el cadáver de la esposa de mi corazón.

¡Que Dios me proteja y me libre de las garras del archidemonio! Apenas había cesado el eco de mis golpes cuando una voz respondió desde dentro de la tumba. Un quejido, sordo y entrecortado al comienzo, semejante al sollozar de un niño, que luego creció rápidamente hasta convertirse en un largo, agudo y continuo alarido, anormal, como inhumano, un aullido, un clamor de lamentación, mitad de horror, mitad de triunfo, como sólo puede haber brotado en el infierno de la garganta de los condenados en su agonía y de los demonios exultantes en la condenación.

Hablar de lo que pensé en ese momento sería locura. Presa de vértigo, fui tambaleándome hasta la pared opuesta. Por un instante el grupo de hombres en la escalera quedó paralizado por el terror. Luego, una docena de robustos brazos atacaron la pared, que cayó de una pieza. El cadáver, ya muy corrompido y manchado de sangre coagulada, apareció de pie ante los ojos de los espectadores. Sobre su cabeza, con la roja boca abierta y el único ojo como de fuego, estaba agazapada la horrible bestia cuya astucia me había inducido al asesinato y cuya voz delatadora me entregaba al verdugo. ¡Había emparedado al monstruo en la tumba!

Edgar Allan Poe




Fat Buda

Hace poco tiempo me auto sorprendí diciendo: No necesito nada más. Tengo todo. No soy feliz ni infeliz. No quiero nada más.
Era el despertar del Kundalini, mi Charanga-Langa, etc, etc.

Hasta que quise una cámara nueva.
Es que creo que no me hice más liviano ni mi cuerpo se llenó de luz.

Leido hoy en un blog:

"...La coneja escaldada de la periferia comienza su vida reproductiva entre los trece y los dieciséis años. A tempranísima edad, se le desata un hormonazo infernal que le impide controlar su irrefrenable actividad sexual. Así, esta degenerada comienza a saltar de falo en falo como una liebre poseída y para cuando cumple los veinticinco ya tiene una interminable descendencia marrón de un escandaloso surtido de padres que supera las dos cifras.Como es de esperar, la tropa de holgazanes paupérrimos que la preñó se divide entre convictos, muertos y vagos, de manera que ninguno aporta para la manutención de la oscura lechigada. La coneja –a quien la sola idea de conseguirse un trabajo le provoca infernales espasmos en sus zonas pélvicas- mal presupone que el Estado debe satisfacer sus depravadas necesidades.Por supuesto nunca falta el notero "progre" al que le gusta sumergirse en el lodo hasta la cintura para ir a entrevistar a estos micos ardientes y así alentarlas en sus absurdos pedidos al Estado; estas ninfómanas exigen todo tipo de cosas, pero especialmente gustan pedir casas " porque a mí me tienen que dar una solución"Escúcheme bien escoria ardorosa ¿Qué le hace pensar que todos debemos aportar a un pozo común para que usted pueda continuar serruchando volcánicamente mientras le subsidiamos una mansión en Nordelta? ¿Por qué usted, despojo impúdico, imagina que mis impuestos deben tener como destino la construcción de un hotel para alojar su ocre camada?Un Estado responsable debería rociar los bohíos que habitan estas monas candentes con nitrógeno líquido, en especial a la hora de la siesta y así evitar tanta lujuria..."

Muchas veces he escuchado en mi entorno estas palabras y similares: a las negras hay que rasquetearlas todas, a las villas hay que prenderles fuego, en Argentina el que no tiene trabajo (y es pobre) es porque quiere; y otras joyas sociológicas.
Supongo que el creador del texto up supra mencionado está haciendo un ejercicio literario. En todo caso, sino lo hace, qué problema me hago. Como bien han dicho, no hay que tomarse a los blogs muy en serio. Igual, la mejor manera de aceptarlo era exponerlo ante mis ojos.
Ahora bien, por qué lo pobre y ordinario es oscuro?
Y no voy a mencionar la fuente de guapo que soy nomás y porque la vereda es pública, señora.



Hablando de Blues

Al diablo, en Sudamérica y especialmente en Argentina, se le suele llamar "Mandinga" y se dice que va todo vestido de negro. Resulta que se le dice así por asociación al color de la piel de los esclavos africanos llegados a territorios del Río de la Plata. Existe un pueblo africano llamado "mandingas" que habitan varios paises del este del continente verde. Es como si el gentilicio "argentino" se empezara a usar para referirse al recaudador de impuestos o al inspector de la DGI, por ejemplo, lo cual no es nada agradable.
Lo mismo pasa en el idioma irlandés o gaélico. Para decir "hombre de color" se dice "hombre
azul" (an fear gorm), porque "hombre negro" (an fear dubh) ya está en uso y significa justamente "demonio", aunque diablo tambien se dice "diabhal" que suena muy parecido a la palabra castellana.
En realidad se entiende que "hombre negro" no se refiere al color de la piel sino más justamente a la tonalidad de sus intenciones.

Tal vez ya sospecharan la futura invención del Blues por parte de estas gentes...
Y justamente existe una leyenda sobre un pionero del Blues, Robert Johnson de quien se dice vendió su alma al diablo en un cruce de caminos para poder ser el mejor guitarrista del Mississippi y más allá. La leyenda parece palpable cuando se escucha su tema y lamento "Cross Road Blues". Si a eso se le suma el dato de su muerte prematura se tiene la excusa perfecta para escribir un guión de película. Y dicho y hecho pueden ver algo ligeramente basado en su historia en "Crossroads" con el inefable Ralph "Karate Kid" Macchio.
No les cuento el final para que puedan salir disparados al videoclub más cercano y ya que están alquilen Ben-Hur.
Les dejo el blues de la encrucijada.

Radio Pekín (bah, Tokio)





Un hombre temeroso de ....

He tenido mi primer encuentro con la Garda o policía irlandesa. Son unos tipos enormes con uniformes bastante aburridos que se pasean muy orondos y desarmados.
No voy a discutir la infracción en detalle, pero creanme que no fué tal aunque la manioba fué en si un tanto temerosa.
Al final me hicieron el test de alcoholemia y lo pasé, CERO alcohol en mi cuerpo. Sin embargo, seguro de mi inocencia, cuando terminó el encuentro con los guardianes (que eso significa Garda) me quedé temblando. Me temblaban las patas y el corazón quemó más calorías que en el resto del día. Pero por qué si no había hecho nada?
En este y otros momentos vividos allá en Rosario (un poco más militarizados) me he dado cuenta del profundo miedo que siento, del complejo de rebaño que llevo marcado a fuego. A veces me siento orgulloso de ser un hombre respetuoso de las normas del sistema y otras me siento un tanto cobarde y pasivo.
Ah , si sólo pudiera decidir o hacerme cargo y ver el otro lado y decir sin ninguna culpa y luego huir, divertirme un poco, saber que no tengo miedo de la autoridad o por lo menos hacerme cargo de un par de transgresiones o al menos estar listo llegdo el caso, si fuera necesario, digo, por si las dudas, uno nunca sabe:

- Son 106 millas hasta Chicago, tenemos el tanque lleno, medio paquete de cigarrillos, es de noche y llevamos anteojos negros.

- Vámos!

17 de Octubre

Dia peronista. Se habían robado hasta las nubes. El mate de la despedida se disfrutó hasta la última gota, y otro más, para no irse rengo. Tres horas de pampa y sol, el parador, un cafecito, Ezeiza,papeleo, avión.
En ese momento me dejaron subir con una navaja multiuso. El policía la midió con la mano y me dijo que estaba bien así, pase nomás.

En el momento en que se cerró la puerta del avión me di cuenta de lo que estaba haciendo, no antes, y se me hizo un nudo en la garganta, se me llenó de mariposas con alas de gillette el estómago y ya era demasiado tarde.

Así nos fuimos de Argentina hace seis años hoy, con el cerebro desnudo y sin la más pálida idea sobre el futuro.
En Irlanda las calles son de oro le decía a mi mujer y todavía no me quedó claro si se lo creyó. Lo decía jugando, porque eso no se lo cree nadie. Pero la actitud era la de desbocarse el alma y al mismo tiempo dejar una pata en tierra, la lógica como un ancla por si las dudas porque el corazón generalmente no consigue el pan sino que se lo imagina y ahí, querido, te quiero ver.
Por suerte salió todo bien, en el sentido de que no salió MAL.

Y hasta acá me da la cuerda, hoy.



Otra cosa sobre esto del traslado del cuerpo de Perón....esteee, ya basta con los muertos. Aunque mi abuelo estaría emocionado, ahí lo veo con todo su silencio, y entonces qué se yo qué mierda.

Eagle's Wing

La primera película que vi de Martin Sheen fue "Eagle's Wing", que era una historia en el Oeste adonde un carapálida y un indio comanche se reventaban a patadas por un caballo blanco, el "ala de águila" del título. Después lo vi en Apocalypse Now más loco que una cabra.
Ayer lo vi en la peatonal de Galway en la Shop Street. Resulta que el tipo vino a estudiar a la Universidad de Galway ya que nadie lo va a molestar, cosa que no sucedería en USA.

Es un hombre chiquito, de pelo blanco, cabeza gacha y lentes culo de botella.

No sé por qué fascina ver a los actores. Pero no me da para pararlo y romperle la paciencia, pobre tipo, lo hemos visto en pelotas y a los tiros y encima ir e interrumpirle el paseo nocturno a un pobre viejete de 60 y pico de años que sigue buscando su lugar en el mundo.





Ah, encontré estas historietas críticas sobre los blogs, es muy buena y acertada. A ver qué piensan:




Por Mauro Entrialgo

Que te digo que fue una conquista

Tal vez este era el destino de América. Amalgarmar el estaño del conquistador con el caudal de cobre, arrodillar sus sabios y arrojar las coronas de oro ante el criador de cerdos en su nuevo trono, sacrificar multitudes marchando deslomadas en las entrañas del Potosí, matar las lenguas inocentes del caribe, tomar un espejo mal cambiado y verse fea pero sentirse desnuda para ser violada, dejar las ciudades en las selvas, los milagros de la resurreción a pecho abierto y sus calendarios.
Y ahora es una molestia, pobre, sucia, silenciosa, arrugada, condenada a ser joven y nueva y
expoliada, como una víctima de guerra muerta antes de tiempo dando brazos todavía, comiéndose a sí misma, odiándose a sí misma.
No hay unión ni sueño ni venganza ni nada, porque tomamos una lengua y nos acostamos con el
nuevo amo y lo matamos también en cada noche, pero le dimos hijos con esos ojos terribles y marrones, la cabeza negra, la música en las patas, una miel en el acento, le mezclamos la misa con el engrudo de unos dioses descosidos y rotosos y le robamos el violín y les escribimos otros cuentos, le cambiamos todo e hicimos todo nuevo y emparchado y después llegaron los esclavos que habían sido reyes y sabían y pelearon.
Es bronce y recién empieza.

Fotos de herrería







La idea era hacer un caballo pero el mío me salió medio reptílicus, así que lo bautizamos el "púca", que en la mitología celta es un espíritu con forma de caballo que vive en ríos, arroyos y lagunas y de vez en cuando se morfa algún crestiano.
Según cuenta el maestro herrero, la gente llega a pagar 25 eurolitos por una herradura como esa y más compran si ven en vivo y en directo cómo se hace.
También hicimos artilugios para parrilleros y/o hogares a leña.
Si, me quemé y terminé más sucio que de costumbre, pero satisfecho.
Todo gracias al Plan Quinquenal Perón Cumple, Evita Dignifica.

Metalúrgicos, metalúrgicos
de Perón recibimos la consigna
y de Evita el aliento capaz!!!

The Illustrated War News

Y si todo sale mal? Pero mal quiero decir para el carajo, torcido, a contramano, huida en desbandada y reproche.

Ya hice el curso de herrería.
Dos días es muy corto y hay que esperar hasta la próxima primavera boreal para continuar. En tanto la mano se ablanda y se va todo lo aprendido al garete.
Igual, quién me quita lo golpeado.

Los dedos anaranjados de la aurora. Y la naranja también, oferta de fin de temporada.


Joven argentino, nunca salgas de viaje sin haberle puesto la tapa al radiador
.

Se organizó una rifa. Había papelitos rosas y amarillos. Salieron diez rosas y cinco amarillos. Yo tenía amarillo, obviamente. Pero para qué quiero una piel de zorro?

Explotó el otoñooo!!

Lago Conn - Co. Mayo




La pinta de siempre - Foxford - Co.Mayo




Robin Caradura - Co. Mayo

El hombre común

Por Eduardo Pavlovsky *

W. Reich en las postrimerías de su vida escribió un artículo que denominó “Discurso al hombre común”. Lo escribió en 1946, sin intención de que se publicara jamás. Pero se publicó. Algo de ese artículo –de la música de ese artículo– me involucró para intentar pensar ciertas cosas de nuestra realidad actual. Me refiero al poco conocimiento que tenemos del pensamiento del “hombre común” de nuestro país. Conocemos poco de la subjetividad del ciudadano común. El que no se “mete” en política. Sólo vota. Que tiene su merecida y respetuosa “vidita”. Los “millones” que configuraron la complicidad civil. Los tucumanos que votaron a Bussi represor es un buen ejemplo. Fue atacada y diezmada solamente la militancia activa, que comprendía desde la lucha armada y los militantes pertinentes a las numerosas organizaciones que trabajaban en las villas, organizaciones de derechos humanos y todo tipo de organizaciones sociales. Es decir, el hombre comprometido con el destino de una vida más justa socialmente para su país y donde la desigualdad no fuera obvia y natural. Recursos humanos para todos. Ese sector fue brutalmente aniquilado por la dictadura y perseguido hasta sus últimos escondites. Sindicalistas, delegados de fábricas y gremialistas comprometidos. El 40 por ciento de los desaparecidos eran obreros. Tortura, robo de bebés, arrojo de prisioneros desde aviones al Río de la Plata, robo de propiedades, allanamientos diarios, vejaciones y tormentos de todo tipo. Un Terrorismo de Estado organizado y entrenado por los militares franceses que combatieron en la guerra de Argelia. Hubo hasta un alto grado de sofisticación en la represión cultural. Dentro de ese sector 30.000 desaparecidos. Detenidos, exilios y exilios interiores que vivieron con terror esos años de plomo. Pero fuera de ese sector esquilmado, muerto y perseguido existía una franja enorme de millones de personas que permanecieron indiferentes o no afectadas directamente en su vida diaria o desconociendo las desapariciones y asesinatos.

Ultimamente nos sorprendió la manifestación de Blumberg que convocó a decenas de miles de personas en reclamo por una nueva doctrina de seguridad nacional. Siempre nos sorprendemos del fascismo agazapado y latente. ¿Cuántos millones apoyaban esa marcha por TV? Hoy comienzan a aparecer. A tomar cuerpo. A hacerse visibles. En todas sus formas. Desde la desaparición de López hasta las cartas amenazantes. Y pareciera que ya están organizados para alguna marcha reivindicatoria de la Otra justicia. Sin lugar a dudas la profundización de los juicios los va a envalentonar. La señora Pando no es la señora Siro, “estábamos mejor con los militares, mis hijos podían salir a bailar, había seguridad en las calles, estábamos bien económicamente” (por Radio 10). Hace pocos días la manifestación de las organizaciones de derechos humanos molestó a un hombre que gritaba: “prefiero la dictadura al caos de esta democracia” (subjetividad del hombre común de W. Reich).

El apoyo del Presidente a todas las organizaciones de derechos humanos no deja de ser un fenómeno minoritario dentro de este punto de vista. La increíble epopeya de las Madres y Abuelas desde 1976 conmovía sólo a un sector del país. Sólo a un sector minoritario (no más de un millón). No nos engañemos, la mayoría silenciosa, la masa gris astizforme, eran millones. Desde el Gobierno se realizaron importantes manifestaciones culturales y políticas.

La película de Renán La fiesta de todos –sobre el glorioso triunfo en el campeonato del ’78 y la felicidad del pueblo argentino– y el cierre de Félix Luna explicando por qué fue eso, una fiesta de todos. Tampoco nos olvidemos de la salida de Galtieri al balcón en Plaza de Mayo durante la invasión a Malvinas. Hay que ver ese noticiario y ver los brazos en alto de la multitud cuando apareció el dictador de turno. En el ’76-’77 jamás escuché hablar en las tribunas de las canchas de fútbol del gobierno y de los desaparecidos. Y no era por miedo. Era un problema de otros. Perón decía que un sector de los militares, muy minoritario, era inteligente y culto; otro sector era en cambio bruto, cerrado e inculto y, en el medio, había un gran sector volátil que no pensaba pero estaba siempre atento a moverse hacia los sectores del poder. Olían el poder. Eran los peores. Queremos a veces pensar que el pueblo sufrió la dictadura en su conjunto. Y es un tremendo error. Solo el sector más radicalizado y pensante la sufrió. La mayoría vivía indiferente. Esa gran complicidad civil es la que sostuvo el Terrorismo de Estado. El famoso 2x1 de las compras de la clase media.

Se puede creer que el fenómeno de la desaparición de López involucra a la población. Es una herida institucional tremenda que afectará a futuros testigos. Pero al hombre común –tomando a W. Reich– no le afecta el problema, aun cuando esté bombardeado por los medios. La subjetividad del ciudadano común –aquel que no se mete en política– es la que desconocemos. Además es volátil (usando los términos de Perón). De la misma manera que hoy apoya masivamente al Presidente, podría dejar de hacerlo mañana. Sabemos poco. Aun sabiendo que las circunstancias hoy son diferentes no nos olvidemos de que el pueblo votó tres veces a Menem como presidente. Hoy ya lo olvidó. Se corrió de lugar. Ya Menem no gana ni en La Rioja. El hombre común lo olvidó. No existe.

Realizamos un mal diagnóstico de situaciones porque desconocemos la subjetividad del hombre común. Esto es peligroso, porque esa mayoría hoy no tan silenciosa tiene la fuerza de la sorpresa, de su organización. Son millones de “indiferentes”. Cuando Videla inauguró el mundial en River, hubo tímidos silbidos y aplausos concertados. Videla les había regalado la fiesta y no fue repudiado. Yo estuve en 1956 viendo desde la tribuna cómo Argentina le ganaba a Italia 2 a 0. Cuando entró Aramburu, 50.000 personas silbaron simultáneamente. Fue la música más ensordecedora que he escuchado en mi vida. Era silbido de odio. No de indiferencia. Había policías dentro de la tribuna. Me consta. Pero qué se podía hacer: ¿prohibir silbar a 50.000 almas?

Los piqueteros y sus marchas y las “molestias del ciudadano común”. Los piqueteros eran el retorno de lo reprimido. El otro país. Los cuerpos desperdiciados. El ciudadano común es indiferente a los 10.000.000 de argentinos que viven con el subdesarrollo de los recursos humanos. Pero, en cambio, puede acompañar a Blumberg en sus marchas porque tiene miedo. Siempre tuvo miedo. Es su característica singular. El miedo a perder algo. Por eso lucha por una nueva doctrina de seguridad nacional. Con penas mayores para los menores. Ni siquiera relacionan la pobreza con la inseguridad. Con una buena doctrina de seguridad se termina todo. Piensa además, como dice Bauman, “culpar a la biografía del sujeto a conseguir empleo, y el sujeto juvenil se siente culpable de no poder estudiar o trabajar”. Todo se transforma en un problema individual. Un ciudadano común me dijo en Alemania que “si uno no era judío y no criticaba a Hitler se pasaba bien” (subjetividad del hombre común de W. Reich). Bergoglio dijo en Luján que tenemos que terminar la discordia entre hermanos argentinos. Y de esta manera se agrava la polémica entre la Iglesia y el Gobierno.

Yo hubiera preferido que se refiriera a la desaparición del hambre y la indigencia. Esa es su misión pastoral. La de Jesús, a la que pertenece.

Me cabe una reflexión, ya que los juicios a los militares recién empiezan. Yo no dudo de que se deben realizar. Pero el Gobierno debe prevenirse con diagnósticos políticos y sociales de lo que puede avecinarse. Un buen diagnóstico situacional de lo que puede ocurrir. En ese sentido López podría ser la punta del iceberg.

* Autor, director y actor teatral.

Con tu escudo o sobre él

El rey de Macedonia, padre de Alejandro Magno, en pleno empuje de su ola invasiva sobre el mundo griego envió un mensaje a los Espartanos:
- Si gano esta guerra serán esclavos para siempre.
La respuesta fue ésta:
- Si.

Nunca los invadieron.


Siempre me llamó la atención Esparta. Si hubiera nacido ahí probablemente me hubieran sacrificado, porque nací rengo de un pie. Ahora no se nota, pero no hubiera pasado el primer exámen de mi vida. Igual, me la hubiera aguantado? Gente práctica los espartanos.
Una vez le pregunté a mi viejo si todavía se podían encontrar cascos griegos. Me dijo que probablemente si, pero no me dijo adónde. Un día los encontré. Uno de ellos se puede ver en la foto del post.
Una anécdota más sobre los espartanos, perche mi piace.
A punto de enfrentarse los espartanos con las tropas persas en el paso de las Termópilas alguien le comenta al soldado Dienekes que los persas arrojaban tantas flechas que podían ocultar el sol. Era obvio que un guerrero espartano menospreciaba a los arqueros por considerarlos faltos de valor para el combate cuerpo a cuerpo, así que contestó:

- Bien, pelearemos a la sombra.


Ahora no hace falta agarrarse a las cuchilladas para demostrar entereza ni valentía ni estoicismo ni respeto por la libertad, la patria y la famila. Aunque algunos de bigotitos y laureles mal ganados digan lo contrario.
Cuerpo a cuerpo.

Y acá va Zorba el griego, que lo encontré en Internet y no era espartano, pero bueno, del barrio.