Cierta vez mi madre me dió una lista de cosas, los mandados, y me dijo: vé hijo, que el viento le de alas a tus pies y no pierdas la única moneda de plata que tu padre consiguió después de rifar a uno de tus hermanos, que te reviento!
Salí raudo como con un petardo en los cantos y crucé la avenida entre los carruajes y tranvías, con mi gorra de fieltro y mis zapatos agujereados sin cordones, mis rodillas grotescas y exageradas como las coyunturas traqueteantes de un camélido uniendo dos segmentos demasiados flacos de tendón, poca carne y mucho hueso, sujetados los cortos con un hilo de algodón afanado de un yo-yó, tan breve era la circunferencia de mi cintura.
Llegué a la acera opuesta y entré a la panadería de Don Pillo. Deme dos cuartos de pan, aquí tiene joven medio kilo, dice mi mamá que me lo anote, decile a tu madre que hoy no se fía pero que mañana sí, aquí tiene la moneda de plata que es el precio que por mi hermano se pagó para que se fuera a jugar a las inferioes de Nuls probablemente nunca ya más le veamos, y aquí tiene usted joven amigo su vuelto que vendrían a ser unos chelines y dos sextercios fuertes, agradezcolé, señor almacenero, que las tenga todas con usted.
Restaba ahora ir a la carnicería y simular que el bofe era para el gato que nunca habíamos tenido pero que ese llamaba Kapeluz para que de paso pareciéramos ilustrados, hígado tal vez si está a buen precio pero fijate en el espesor de las venas , que a esa altura ya me había convertido en médico criminalista especializado en animales o veterinario, pero jamás pude dejar de admirar la dureza de la cola de cuadril o de una buena nalga pensando ya en una dorada milanesa, no se vayan a confundir, que a esa edad uno no piensa en otras cosas y una mujer es bella por los ojos y poco más, apenas llegando al escote si se quiere.
Entonces, decía, pedí el bofe para el gato y salí con el órgano afectado y envuelto en la sección clasificados de La Capital, decano de la prensa con más continuidad y me dirigí a la verdulería a ver si capturaba piezas fundamentales para la salsa agridulce de mi madre, bofe ála mandarín con estropajo, para darle más substancia y favorecer la digestión y la limpieza natural del intestino grueso.
Terminada la faena me quedaba terminar la vuelta a la manzana y pasar por la mercería y mirar el poster de los hilos Tomasito y después pasar por la Librería y desear babeando, los mocos contra el vidrio, la colección de soldaditos inalcanzables en su eterna batalla por la supremacía del mercado.
En ese trajín me sorprendieron dos o tres amigos con una pelota de tecnología novedosa que en lugar de trapo se envolvía con nylón y dejando las tres bolsas como palo y la gorra como complementaria lateral demarcación, me dediqué a la faena de jugar al 21 por por lo menos dos horas y fracción. Sin embargo el hado me fué contrario y al aterrizar después de un frustrado cabezazo, patiné en las mandarinas con un pié y con el otro reventé el paquete del bofe mientras aplastaba con mis mezquinas nalgas, el caserito fresco. Reinó el silencio por un instante pero enseguida la alarma se estableció, rejunté todo cuanto pude rasqueteando del asfalto con un palo los ingredientes crudos de la cena arrastrando también brea, mugre y venenitos y, llevando todo como acunando un niño herido entre mis brazos, corrí llorando hacia la casa.
Pero no duró mucho la carrera porque con las suelas lisas humedecidas tropecé a los pocos pasos y terminé de bruces contra el piso, los talones de las manos reventadas, las rodillas sangrantes y sin piel y las pocas monedas escapando de mis bolsillos para terminar su última parábola en la alcantarilla de manufactura británica grande como rejilla de camión con un río raudo de lluvias pampeanas en su interior. Y lloré, ahora si, lloré, sin poder desahogarme nunca, sin poder terminar de expulsar ese nudo enorme por la garganta que me apretaba las entrañas como un puño y me quitaba el aire, la vida, los reflejos naturales del diafragma y me hacía ya ver toda mi breve vida en colores, eso que siempre supe soñar en blanco y negro.
Entonces, del paquete de diarios destrozado frente a mi, del rejunte de mandarina, mugre y bofe, comenzó a brotar un palpitante movimiento, como un corazón delator que cobraba vida de la nada frente a mi, tarabum-bum-bum-bum-tralalalalá-bum-bum-búm!
Latía frente a mi el bofe con estertóres programados como un pulso de quásar del universo lejano y una voz se elevó del bofe y me dijo, con la voz de mi madre, envolviendo todo mi dolor y falta de esperanza como en una tela suave y cálida: Te has hecho daño hijo mío? Te has hecho daño?
Otra vez el día de la madre.
domingo, octubre 19, 2008 Perpetrado por Luciano a las 11:26 a.m.
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12 comentarios:
Me quedé muda! Fue como ver una pelicula argentina vieja. Y si, asi son las madres.
JAJAJA.. Además de haberme transportado a mi infancia con venenitos, Kapeluz y demás.. el "te has hecho daños hijo mío" que me agarro desprevenida, me hizo acordar cuando Olmedo le contaba la historia a Javier Portales..
Mundial tu historia, gordo..
Un beso
uhhh! terrible!!! es un retrato exacto del miedo infantil. era horrible sentir eso! pero que alivio al final.
Sublime
Graicas por leer y divertirse, me alegro de que le shaya gustado. No se me ocurrió otra barbaridad para el día de la madre.
Realismo mágico mezclado con la transmigración de las almas, al bofe, de Platón.
Difícil de categorizar, imposible de no terminar
La mama... buenisimo. Te has ehcho daño? Ay, vieja. Y a mi se me paso el dia y ni la felicite...
Blackant: eso era, transmigación de las almas al plato.
Imposible de no quere abandonar!
Realismo mágico serán las memorias de David Copperfield.
Galo: mal hijo!
muy bueno! me hiciste recordar e almacen de Cacho en el barrio de mi infancia, el tenia el cartelito "hoy no se fia mañana si".
Supongo que 'Entra que te voy a moler a chancletazos, imbecil' como final alternativo no cuadraba con la festividad, no?
Parece uno de los cuentos tragicos de D'amicis en version Olmedo, tal cual... "sujetados los cortos con un hilo de algodón afanado de un yo-yó" Excelente! Te felicito!
Brillante !!!!
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