La alegría de vivir.

El aburrimiento es la madre de todas las virtudes. La virtud cardinal, cardenalia prima testa virutia, cabeza primada de las virtudes cardinales. Porque del aburrimiento nacen las ideas más rengas, más torcidas, esas que van dejando un rastro medio raro en la arena que uno no sabe si es gavilán pollero o heladero arrastrando la bicicleta.
Es un estado del ánimo en realidad, no es una virtud, pero como si lo fuera porque ahora no es fácil andar aburrido, así que hay virtud en el aburrimiento. Digo.
Hoy por ejemplo fué feriado y no hice nada más que leer y escuchar cuentos de Landriscina, algo de Les Luthiers, una entrevista a Juan Carlos Mesa, un par de monólogos de Tato, terminar el último libro de Galeano y empezar uno sobre la caida de Constantinopla que, como la reciente Argentina, un turco tuvo mucho que ver.
Pero en realidad lo que buscaba era humor. Algunos buscan amor, yo busco humor, que es lo mismo pero con cosquillas. Es lo más promiscuo que tengo, dejarme reir por extraños o viejos conocidos y abrir cualquier heladera sin protección.
Después, envalentonado, leí un frasco de vitaminas y tuve que alejarlo unos 25 cm para poder enfocar bien las letras. Listo, acabo de perder mi vista de joven, la próxima es la impotencia o pedirle a alguien que me diga adonde está la tecla de enter o si ese colectivo que viene es el 35/9 o el Mendemovil.
Todas estas cosas ocurren de golpe, parece. Una cana es una cana, de una sola vez te dicen señor, de golpe sos un viejo verde, en un instante te ceden el asiento y así, de prepo, te recetan pastillas para la presión.
Ya casi estamos, madura el knock-out.