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Leer da ganas de escribir. Pero la rutina no da ganas de relatar lo propio. Entonces la literatura es una versión apasionante de la miseria diaria. Pero hay que ponerse y sudar. Leer también es disfrutar del trabajo de otros. Doblemente vago. Me quedan tres vagancias por recorrer.

Hoy pude cortar el pasto de nuevo, el agente naranja ha acabado con gran parte de la población de ortigas y no siento el más mínimo remordimiento. Antes del invierno habré dado forma a mi desierto, digo, jardín.


El otro día fuimos a Dublin por una cuestión de papeleo. Encontré el centro muy cambiado. Me la pasé diciendo: ahí, te acordás, hicimos tal cosa, ahí, te acordás, había una fuente. Comentarios por el estilo. No ha pasado tanto tiempo pero si ha pasado tanta plata.
Igual uno sigue buscando esos detalles para anclarse de alguna manera y perdurar lo que dure agarrarse al pastito del borde mientras te tironea la correntada.
En la parada del 123 sigue estando "Gorriti", funcionario de Bus Eireann que se la pasa comandando, organizando y hablando con las viejas que vienen de hacer compras. Es como un portero, el mismo tipo de comentarios, cómo le va señora, qué me dice del tiempo, a ver, corriendosé que hay lugar. Ocho años de funciones en la misma esquina, al menos de los que he sido testigo y espero que siga por largo tiempo.
La estatua de la niña y el cervatillo está en un jardín privado y no tengo idea de por qué, cómo ni cuando.