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La primavera de Praga, la Revolución de Terciopelo, el Teatro Negro, Kafka, el río Moldava, la vieja Bohemia, el Reloj Astronómico con la decepcionante procesión de apóstoles desfilando cada hora, la muerte y el turco lujurioso sonando las campanas porque hay que divertirse sabiendo que te va a llegar la hora, miles de turistas italianos, el Gólem, salchichas klavasa v baguette, los rolitos dulces de la espera eterna o Staroceske Trdlo, vino especiado caliente, chocolate caliente con chocolate de verdad, un restaurante argentino con gauchos nigerianos de utilería y precios de imperio austro-húngaro, la globalización de las marcas y las tiendas, punguistas extremadamente habilidosos pero un poco lentos, callejuelas, torres, cúpulas, agujas, art-decó, art-nouveau, barrocó y qué sé yo, cerámica, pinturas, grabados, madera, marionetas, cristal y metal y juguetes, gente mala onda y otros que te atienden como un duque porque sos turista y para decirte que si querés orinar hacen el gesto de agarrarse el instrumento y dicen "piskaeda", año nuevo en la plaza del pueblo viejo y tanta pirotecnia como para ruborizar al más explosivo de los argentinos suministrada por pelotones bien pertrechados de chinos artilleros, apenas un poco de nieve pero frío como para calzoncillos largos, los tranvías, perderse, no encontrar adónde comer, comer embutido de seso de cerdo y darse cuenta un día después, entrar a comer a lo que fué una casa y adonde te atiende un señor de traje gris y con aspecto de viejo librero que hace de mozo, cocinero, cheff y pide propina, no entender un pito y hablar por señas o en castellano total es lo mismo y calcular todos los precios más o menos a ojo con la secreta esperanza de no estar pagando una fortuna por favor.
Visite Praga. Yo, Juan Cuarlos Kafka lo recomiendo.