De lo que me di cuenta hoy.

Que he conocido hábiles músicos, filósofos, hombres y mujeres de letras, aquellos que ven el cine que a duras penas entiendo y sin metralla.
Me siento mal cuando veo volar alto, no porque quiera hacerlo como ellos, sino porque tengo que darme cuenta, y otra vez y otra vez, qué tan bajo vuelo.
Es como darse cuenta de que uno en realidad no ve todos los colores cuando otros los inventan.
El único consuelo es pensar que el mediocre es, forma parte, por su abundancia, de un vehículo adonde se forman los ejemplares mejores de la especie.
Lo son justamente porque tienen un medio en el cual elevarse y sostenerse. No es un festejo de la mediocridad.
La oruga necesita de sus finas patas para arrastrarse, pero lo que mueve es la pulpa viscosa de su vientre.

Que se es humilde o se aprende a los golpes. A mi me agarraron a palazos. Jugaba bien al ajedrez, o por lo menos ganaba siempre. Un día jugué con alguien que me ganó en tres o cuatro movimientos. Cuando me preguntan si se jugar al ajedrez digo que sólo sé perder muy bien.
Y ese mismo concepto, esa amargura, ese saber, aplico a cada aspecto de mi vida.
Humildad es conocer los propios límites, practicar para romperlos, aceptar la derrota y tratar de ser tan noble en las buenas como en las malas.
E basta.

Que la inteligencia no es la acumulación de conocimiento. La inteligencia es saber acumular el conocimiento que vale la pena. La inteligencia es saber que conocimiento aplicar en cada circunstancia.
Es inteligente también compartir el conocimiento.

Que sé que hay una manera mejor, que todos los días sigo la zanangoria, que hay gente que me clasificaría como un gordito burgués, que la democracia no es tal, que me mienten, me venden, me dopan, me manipulan.
Sé que hay una mejor manera.
Pero descalificarme no hace las cosas más fáciles. La ambivalencia no hace las cosas más fáciles. El refinamiento y la intelectualidad excesivos puestos al servicio más de la vanidad y el autobombo que del esclarecimiento solidario confunden.
Ofuscan y separan.

Que mi nombre no representa lo que soy en este momento, que es sólo la repetición de un sonido y es la costumbre mutua entre el que me llama y yo que giro el cuello. El nombre debería poder modificarse. Al menos guardar seguro el nombre que nos dieron y andar portando motes. Llamarme por ejemplo, en estos tiempos, "Aquel al que le aprieta la camiseta", o "El que mira las estrellas, a veces", o "El de la hernia de disco", o "A vos no te va tan mal, gordito", o "Mañana con gases", o "El loco de la pastafrola", etc, etc.

Que moriré como todos, con dolor.

Que alguien en el mundo piensa en mi y no es la DGI.

Que gracias a los blogs me hirve la cabeza de aprender y de conocer gente y recuperé el contacto con dos amigos.

Hoy, nublado con lloviznas, mañana soleado por la tarde.