Cosas que pasan en Irlanda.

Vuelvo caminado a casa, son treinta minutos mezclado en el tráfico tirano de las empresas y fábricas que escupen gente a la misma hora. Voy más rápido que la fila de autos, pero no me salvo del ruido.
Cerca del parque industrial hay un grupo de casitas, un pequeño barrio de tal vez unos treinta años, es decir de antes de que se implantaran las empresas en el lugar. Supongo que para esta gente las cosas no han hecho más que empeorar en un sentido estético.
Distingo a través del ruido de un camión que transporta cantos rodados el inconfundible canto de una gaita. Paro y busco, no veo nada, sin embargo la triste melodía me llega entrecortada entre los espacios del tráfico. Distingo primero un grupo de gente frente a una de estas casitas y después el coche fúnebre. Y despues los portadores sacando un cajón de madera clara mientras los remolinos de vuento se llevan pedazos de música por todas partes y al tráfico todo esto le importa un pepino.

El hijo a control remoto.

En las prácticas de fútbol de los domingos hay uno de esos padres que trata al hijo como a un androide a control remoto. Se acomoda en una esquina y empieza a tirar órdenes por lo bajo y el pibe hace todo lo que le piden. Todo resultado es acompañado de una fugaz mirada al rincón del padre para confirmar la aprobación. El pibe no es sucio, ni tramposo, ni violento. Es correcto en todo y tiene una gran habilidad con el balón. Entonces por momentos pienso que tal vez mi hijo se pueda beneficiar de tal estímulo y cuando lo veo papando moscas me tiento de decirle "hijo, mirá la pelotita!". Alguna vez lo he hecho y lo único que recibido ha sido una sonrisa como confirmando que estaba todo en orden y que por favor lo dejara tranquilo.

A veces entre todo el caos de una pelotera de 10 pibitos pateándose las canillas emerge el mío bufando como un perro arrastrando la pelota hasta la red contraria con todo su esfuerzo. A veces no pasa, pero cuando pasa me lo ha narrado así: "Y estaban todos los enemigos alrededor de mio (sic) y yo salí y corrí fuerte y metí el gol con toda mi fuerza."
Y eso es todo, no estoy seguro de cual es la reflexión final excepto que padre con hijo a control remoto por suerte, los domingos, hay uno sólo.




La nada.

Por algún motivo me animé. Tal vez por que la hora dorada en un inesperado soleado, pero corto, día de otoño irlandés prometiera cierta cantidad de luz. O porque la luna creciente muy arriba sonriera como una lámpara de muchos dientes de plata. O porque no me diera cuenta de nada y no sospechara que me sorprendería la oscuridad más tarde.
Lo cierto es que me mandé a caminar por una playa durante el atardecer y tres kilómetros después tuve que volver en la más completa oscuridad, tropezando con obstáculos apenas visibles enterrados en la arena gruesa y oscura. 
El frío me hizo poner gorro, cuello y capucha a la ida. A la vuelta volvía con la cabeza descubierta y la campera abierta con el viento de frente. Me detuve en el medio de la nada con el mar rompiendo frente a mi, una duna despeinada a mi espalda y cielo negro sobre mi cabeza. Estaba solo, recontra solo a tres kilómetros a la redonde de nada. Cerré los ojos. Cuando los abrí vi brillando sobre mi a la estación espacial internacional como un lucero de todas las albas. Se consumió en ese esplendor por cinco segundos y se apagó gradualmente para pasar a ser sólo una estrellita gris y pasajera en su órbita con su carguita de gentes más sólos que yo frente al océano más profundo.



A la lata.

Hoy fuímos al Castillo de Claregalway, apenas a diez minutos de casa, para ver a los "caballeros" dándose maza y cascote sin respiro. Bah,con respiros. La verdad es que no es tan interesante después de un rato. 
La secuencia es así: Empieza el combate, se escucha como si se cayera un lavarropas por una escalera y listo. Se termina cuando no pasa nada o uno de los tipos cae y queda inmovilizado.Eso puede tomar un máximo de dos minutos. Lo mismo cuando eran cuatro contra cuatro, con el ruido up supra mencionado mucho más elevado.
Al final el equipo de USA se llevó puestos a todos, como de costumbre, y los niños ya ni estaban interesados, concentrados en romperse la crisma sin yelmo colgados de un viejo árbol de ramas elásticas que se prestaba al juego.
Terminó la velada con ballet acuático y unos mates entre los concursantes que acodados en la tranquera escuchaban los resultados de los partidos del domingo.
Ah, no.
Pero no importa porque alguien tocaba el arpa junto al manso río Clare y una voz dulce modulaba en francés viejas canciones de caballeros y comida caliente y damas esperando.




Orión.

Habitualmente a las 6:15 am salgo al patio para buscar la bicicleta guardada en la casilla del fondo y evalúo la condición metereológica en esos breves 30-45 segundos. Lo normal es que el cielo esté gris y que cierto tipo de una infinita variedad de precipitaciones se esté desarrollando en ese momento. La excepción es el buen tiempo.
Pero hoy por primera vez en meses estaba muy oscuro, era todavía de noche y la media Luna mordía una ola enorme de nubes negras que se le venían encima por el sur y Orión la soportaba con una mano, tachonando el tapiz negro del cielo con su furia de diamantes.
El resto disperso de estrellas huía en desbandada y de golpe me acordé que tenía que volver a transitar el suelo como un insignificante gusano sin firmamento.