Cierta vez sufrí un trauma de proporciones. Me mandaron solo a hacerme un buco dental para la pileta (certificado) a un hospital público de cuyo nombre preferiría no acordarme cito en coordenas cuyos valores quisiera poder olvidar. Pero me equivoquéme de color de línea de colectivo y, en uno de esos horribles momentos de la existencia humana, la unidad de transporte dobló donde yo no lo esperaba y me catapultó, de golpe, a mi primer momento de desamparo social.
Atiné a tocar el timbre y bajarme en territorio desconocido. Deambulé 16 horas hasta que fuí rescatado por un primo voluntarioso que se uniera a las tareas de rescate. Aún aferraba el boleto entre mis ateridos dedos. No era capicúa.
Para combatir los efectos del trauma mis padres me enviaron al primer y único colegio de colectiveros del Gran Rosario. La Academia Top-Gun de transportistas, las West Point del volante del Plata. Uniforme consistente en vaqueros, cinturón negro con las iniciales del pupilo en la hebilla, mocasines negros con flecos, camisa celeste y corbata azul de toalla. Medias a discreción del alumno.
Comenzaba la jornada, la diana del despertar era la cortina del programa de Nacho Suriani a todo volumen, La Primavera de A. Vivaldi. Seguía un desayuno espartano, café con tres medialunas hechas por la panadería El Griego, para seguir luego con una intensa rutina calisténica: tiramiento de cubiertas, pateamiento de cubiertas, esgrima con palo para cubiertas, visualización de chicas en espejo retrovisor (sin chicas, entre nosotros, todos varones), impostamiento de voz y comando de masas, humor al paso, meado al vuelo para esas breves interrupciones en paradas improvisadas, contención de vejiga, resistencia a las altas temperaturas, con lo cual en verano dabamos clases a puerta cerrada bajo techo de chapa, charla con pasajero amigo apoyado en el respaldar del asiento y las tan temidas hiperrealistas clases de simulador de colectivo con software 3D, que incluia maniobra de curva a alta velocidad con rotación de volante con el talón de una mano.
También tuvimos clases de decoración de interiores con calcomanías y fotos de bebés, para fomentar el lado creativo de la persona humana.
Gradueme, finalmente, con excelentísimas notas y pude obtener así mi volante de plata que aún ostento fijado a la solapa. Sin embargo por una cuestión de lucha de poderes político-sindicales nunca pude convertirme en comandante de flota y adornar mi camisa de galones.
Tuve que dedicarme a ser inspector, picar boletos en un principio y ahora, simplemente, en una penosa y gris caricatura del oficio, marcar tristes papelitos térmicos con una birome.
Al menos podía sentir el placer último de estar en una unidad y ser uno con el vibrar del motor y combatir, con mis entrenadas piernas, los tirones de la fuerza centrífuga sin tener que recurrir al cobarde y humillante pasamanos para regocijo último de los jóvenes que seguirán, admirados, nuestros pasos.
Semo lo coletivero.
viernes, abril 29, 2011 Perpetrado por Luciano a las 6:00 a.m.
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10 comentarios:
jajajaa, sublime! me pasó lo mismo en Buenos Aires con 2 otarias (lo de perdernos, no lo de ser colectiveras). Nos trepamos al ciento y pico, y el trío de Caritos terminó en un cementerio de colectivos con la guía T (de Tilingas, Taradas o afines acepciones) en la mano, en el epicentro de una oscuridad desconocida...
La imagen de las clases bajo techo de chapa es inolvidable en particular, pero el relato completo no tiene desperdicio!
Salud!
KillBill: me alegra de que te haya gustado y traido ese recuerdo.
Los colectivos tienen eso, no son un tren, pero es como si uno no pudiera ya volver.
Extraño los colectivos de antes, los de la trompa redonda y el colectivero que te daba el boleto, nunca le pifiaba con el vuelto y eran boletos de verdad! de colores, capicuas, boletos con identidad. Ya ni se escucha el grito ¡¡un pasito al fondo que hay lugar!!! Ay, me entro la nostalgia.. Yo tomaba el 70 cuando todavia era azul y rojo.
Que bien escribìs Luciano, me encanta, me encanta.
Mis màs sinceras felicitaciones.
Menta: si, los 1114, los bolita, y los colores de los boletos.
Yo tomaba la F y el 10 :)
Vivi: muchas gracias Vivi, se aprecian las palabras.
Me encantaron estos dos últimos post sur-realistas.
Me alegro de ello Anai.
Gracias por pasar.
La "F". El "51". La "C".
El Hospital Roque Sàenz Peña (no fuiste ahi, porque no te podìas haber perdido).
El trole. Que recuerdos.
Bueno, cambiè de laburo y me mudè. Estuve perdido pero ando volviendo.
Saludos
Disculpe la brutalidad, pero me ha hecho cagar de risa. No literalmente, claro, pero sí me ha hecho olvidar cierto incidente que tuve ariba del 7 hace algunos años, colectivo que me llevó tres paradas [sí, leyó bien, casi seis cuadras] con la cabeza afuera, ya que le calculé mal en la bajada y el chófer cerrose la puerta doble hoja antes de tiempo atrapandoseme el gañote entre ambas láminas de vidrio.
Todavía recuerdo la cara, mezcla de pavor, risa y espanto, de los ocasionales transeúntes que presenciaban tan dantesco espectáculo. Cosas que le pasan a un boludo, vio...
Gaucho: Eh, amigo, bienvenido de vuelta. Claro, el Saenz Peña no era ;)
Suerte en el nuevo laburo, che.
Mariano: jajaja, me lo imagino. Perdone que me ría, pero si está vivo podemos reirnos, no?
He quedado colgado pero nunca con la cabeza afuera.
Gracias por pasar!
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