La fama cuesta.

Mi vieja me dijo cuando me despidió en el puerto junto al vapor "Saladillo Princess" en la Subestación Fluvial de Rosario frente al Monumento a la Bandera, ícono santafesino que todo inmigrante ve desaparecer detrás de la curvada línea del horizonte hasta que se empieza a ver el obelisco, no vuelvas hasta que seas famoso. Si volvés y no sos famoso no te abrimos la puerta. Desde hoy ya no sos mi hijo, sos un extraño como esos evangelistas que pasan y tocan timbre o los del Club de Lectores o tu otro hermano al que nunca conociste porque lo abandonamos en una zanja esperando que algún día se lo llevara la crecida pero no, sigue ahí el desgraciado, criado por los vecinos viviendo en un moisés alquitranado.
Ahora ya saben por qué seguía en Irlanda y no hacía ni amago de volver.
Como punta mi vieja me tiró: osea, o vas de Mirta Legrand o aparecés en el programa del Gordo Bermejo, por lo menos así de famoso. También cuenta una entrevista con el Papa pero como sos ateo no te veo haciendo el esfuerzo. sánscrito!
Y ahora puedo volver a casa, he triunfado no en Europa pero en mi tierra. Me ha retratado, muy precisamente, Podeti, el hombre de la textura de hierro, del plumín fulmíneo, de la Rotring calcinante, el Joseph Grimaldi de la historieta argentina.
Heme aquí, posterizado para la eternidad postrera. Sufran.



Bueno, me dice mi vieja que no alcanza con eso. Ufa.