Lirios


Viendo el príncipe de los lirios en una lámina monocroma, el hombre maduro y con panza recordó la ambigua anatomía andrógina adolescente de quien ni llegaría a ser su primera novia. El mismo perfil, descubrió, y los bucles como aceitados de la gente del mediterráneo, el puente de la nariz apenas arqueado, los pómulos altos, el óvalo de la cara sugerido apenas de costado conteniendo los ojos almendrados verde brillante tachonados de arena dorada. Nunca accedió al sancto sanctorum de su desnudez pero imaginó tantas veces su mano entre el espacio de la camisa y la piel del cuello, más abajo bajando por la espalda como un hovercraft de cadmio hasta la hebilla gordiana del corpiño y por qué es que las jóvenes con esos senos apenas desarrollados usan sostén y se agobian, nos agobian, se preguntó pero intuyó que la respuesta sería a) lógicamente la fricción por la textura de las telas o b) instintivamente, un arcano femenino transmitido desde la noche de los tiempos de abuela a hija y a nieta, que es como se explican según un circunloquio estrecho en la mente del hombre, estos misterios.
Se miró la mano y no tembló, pero la falta de huellas en las yemas le indicaron una medida de la erosión del tiempo y se ahogó, de pronto, con un puño en el pecho. Entonces la vió, joven, de nuevo, no, como nunca, tan frágil no como la recordara, de espaldas, el cabello más castaño que la pintura, a lo mejor de menor estatura pero con la misma redondez en los hombros, sin lirios pero sosteniendo aquel por poco ya no infantil bolso estampado con una mano.
Un segundo antes de abrir la boca decidió que no iba a cometer los errores del pasado y engoló la voz carraspeando por dentro. Apenas pudo resistir la visión de los bordes transparentes de sus párpados y el fino halo dorado del bello contorneando el óvalo de su cara a contraluz. Se manejó de memoria como uno apenas despierto en la habitación a oscuras pero familiar y quién sabe después de cuanta charla fué como andar en bicicleta después de recuperar las piernas y como un adolescente la tuvo a ella esa tarde, mal y bien pero sin culpa y ya no podría nunca más postergarse en los meandros del pasado y el aliento de ella olia a mentón, labio, diente blanco nuevo y a explosión desesperada de células en busca de alimento proque los adolescentes apenas comen del recuerdo.
Se despidió para siempre del pasado pensando qué fácil fue embaucarla a ella adolescente, y ella se despidió del futuro confirmando qué fácil era engañar a un señor maduro y con panza.

Ante la duda, una foto.