La nada.

Por algún motivo me animé. Tal vez por que la hora dorada en un inesperado soleado, pero corto, día de otoño irlandés prometiera cierta cantidad de luz. O porque la luna creciente muy arriba sonriera como una lámpara de muchos dientes de plata. O porque no me diera cuenta de nada y no sospechara que me sorprendería la oscuridad más tarde.
Lo cierto es que me mandé a caminar por una playa durante el atardecer y tres kilómetros después tuve que volver en la más completa oscuridad, tropezando con obstáculos apenas visibles enterrados en la arena gruesa y oscura. 
El frío me hizo poner gorro, cuello y capucha a la ida. A la vuelta volvía con la cabeza descubierta y la campera abierta con el viento de frente. Me detuve en el medio de la nada con el mar rompiendo frente a mi, una duna despeinada a mi espalda y cielo negro sobre mi cabeza. Estaba solo, recontra solo a tres kilómetros a la redonde de nada. Cerré los ojos. Cuando los abrí vi brillando sobre mi a la estación espacial internacional como un lucero de todas las albas. Se consumió en ese esplendor por cinco segundos y se apagó gradualmente para pasar a ser sólo una estrellita gris y pasajera en su órbita con su carguita de gentes más sólos que yo frente al océano más profundo.



3 comentarios:

Gaby dijo...

Que momento!

Luciano dijo...

Y sin consultar la table de mareas..

amelche dijo...

¿Cómo sabes que era la estación espacial? ¿No sería otra estrellita en el cielo?